Se acabó el Festival de Sitges y con él mi vida partida en tres salas de cine. Durante cinco días, mi alma y mi mente aún luchando contra ella, han sido exclusivamente puestas a merced del celuloide más fantástico, brillante, friki, animado, retro, áspero, seco, machacón, ese que te hace guardar la respiración y humorístico. Nuevamente, Sitges y su festival de cine fantástico y de terror, aunque este año, claramente dedicado a la ciencia-ficción, a vuelto a demostrar ser el más grande de los grandes dentro de este género. Con un total de dos cientos setenta títulos en diez días, cerca de las setenta mil entradas vendidas y alrededor de unas ciento quince mil personas que en estos diez días han devorado, literalmente, el cine que se les ha ofrecido, como único y principal alimento para sobrevivir y hacer olvidar lo mal que camina España.
Mi experiencia personal ahora que ya sólo queda el placer mental de ir recordando lo visto y vivido. Ahora que los premios se han otorgado, gusten más o menos. Ahora que vuelvo a la realidad, prefiero vivir con John Glass de “Hellacious Acress” en su mundo arrasado por una tercera guerra mundial y una invasión alienígena donde tendrá como encargo unas labores de cierto peligro. O con el Kappa de “Underwater Love” que por extrema -de distancia- que sea su vida –con la de John Glass-, ya que por extrema de condición, no hay por qué temer -uno se amolda o debe, a todo-. Imaoka en su ida de cabeza bien seria, nos muestra una vez más que el sentido del ridículo no se conoce en Japón. Que su Kappa finalmente, deja de ser un extraño y se convierte en nuestro nuevo héroe cautivándonos con su música, coreografías y una técnica visual de envidia.
Los ridículos diecisiete títulos que he podido ver me han hecho reírme a carcajadas y culpa de ello la tienen “Extraterrestre” del fantástico Nacho Vigalondo. Donde vuelve a escribir con total maestría y derroche de inteligencia, una historia que va a gustar a todo el mundo –si, a todo el mundo- aún no gustándote las naves espaciales como trastero para una historia que marcará un antes y un después. He podido vivir experiencias donde el tiempo ha ido para adelante y atrás y siempre la tierra de eje central. “Love” de William Eubank se nutre de “2001, una odisea en el espacio” y de “Solaris” como principales referencias en su debut, que lejos de ser un déjà vu, es una toda una preciosidad cinematográfica. Sin apenas darme cuenta, he asistido al viaje más alucinógeno de todo lo que podido ver en el festival y en mucho tiempo. El culpable es Panos Cosmatos y su “Beyond the black rainbow”, donde las emociones son difícilmente explicables si no te sientas y accedes a ser operado de la mente sin anestesia, o ser asesinado por su protagonista y sus poderes mentales de la manera más sutil que yo he visto nunca.
La de kilómetros diarios también valieron para llevarme el único fracaso del festival y precisamente, con la cinta a la que más respeto le tenía por la trama a la que se sometía y por ser de los directores que más feliz me han hecho en tiempo, gracias a su “Al`interieur”. “Livide” de los franceses Bustillo & Maury es una historia de fantasmas genialmente dirigida. Visualmente, una gozada, pero sobre todo, un sobresaliente score que deja al resto de la película por el barro. A mi los fantasmas me los muestran de otra forma o no me entran de ninguna de las miles de formas posibles que hay. Pero para fantasma por la cara que se me quedó fue con la proyección de “Road to Nowhere” del director de culto Monte Hellman, que después de veinte y tres años sin dirigir un largometraje. Viene, te abre la mente, te la llena de sal y te cuenta una historia seca, fabulosa, mágica y exigente hasta el punto de obsesionarte y alcanzar un estado críticamente insoluble. Otro cine, otros paladares y otras maneras llevadas hasta el extremo, de filmar y contar historias que perdurarán toda tu vida. Su fuerza es impagable.
Se me hace raro no hablar de cine de terror, gore o de algún otro termino parecido donde las vísceras adornaran las calles de Sitges, hígados y pulmones fueran compañeros de butaca y algún que otro vomito, el perfume perfecto para una velada de auténtico terror. No, esto no me ha sucedido durante tantos kilómetros y horas de cine. Pero si hubo alguna que lo consiguiera, esa fue la ganadora al mejor guión. “The Woman” puso esa guinda de sangre y violencia conjunta que tanto me gusta, aunque por pocos minutos. “The Woman” y esa usual forma que existe ya de contarnos los verdaderos infiernos que hay bajo el ser humano y el trato al propio ser humano, cada vez son más alarmantes y preocupantes. Quince minutos de final de historia donde tu corazón se acelerará hasta llegar a empujar tu campanilla y querer ahogarte, igual que se nubla tu mente con lo que estás presenciando.
Una de las maravillas de este festival e imagino que el que vaya es porque es un enamorado del cine y cuanto más mejor. Son sus horarios con las proyecciones. No hay límite, sólo el que el espectador se ponga, puede ser una tortura para la vista, una paliza física o una locura generalizada, que solamente se entiende si por tus venas no corre sangre, sino historias que hacen que te evadas del mundo real y claro, en pantalla grande. Siempre sueño con ser algún día el único espectador de equis película, un día de algún momento de mi vida. Una sala de cine es el escondite perfecto para llorar, emocionarse, reír, encogerse y saltar de alegría. Una sala de cine tiene vida propia como quedó bien patente con el largometraje de animación “A letter to momo” de Hiroyuki Okiura. Son muchas las palabras para describir esta genialidad que vale para un niño como para un mayor. Me atrevería a decir, que un mayor puede incluso llegar a saborear más si cabe esta increíble historia de fantasía, amor y diversión. Una carta a momo a las dos y media de la tarde es el menú perfecto para amar la vida.



Pero la noche to be continued… con una de las películas monstruosamente esperada. Se trataba de “Monster Brawl” y su friki idea de subir a un ring a cuatro monstruos (Cyclops, la bruja puta, el monstruo del pantano y el hombre lobo) y luchar por separado con cuatro no muertos (La momia, la mujer vampiro, frankenstein y el hombre zombie). Interesante propuesta, pero repetitiva hasta el final aún agradeciéndose ver esto míticos del cine pasado en escena.
Y tristemente –no tenía que existir esta palabra- todo tiene su fin. Lamentablemente - tampoco me gusta-, Sitges me avisaba de que el sábado quince era mi último día. Ya no me importaba llevar más horas despierto que acostado, total, a veces sueño mejor despierto que durmiendo –cosa que tampoco suelo hacer (dormir)-. Pero felizmente –esta debería de estar en todos los colegios- mi último día de vacaciones lo volví a pasar metido en dos salas de cine y tres películas para cerrar la que considero por mi parte, una selección muy acertada de títulos y borrando así el sabor amargo de otras dos visitas con anterioridad, donde hubo más chascos que alegrías… y menos títulos.
El último paseo por la playa de San Sebastía, las últimas vistas a los estupendos stands dedicados al género, una comidita made in Italy y preparado para viajar atrás en el tiempo. Arranco la máquina que va a pararse en 1927 y me encuentro con George Valentin. Una gran estrella del cine mudo a quien la vida sonríe. Pero la llegada del cine sonoro le conducirá al olvido. Por su parte, Peppy Miller, una joven actriz –guapísima-, verá impulsada su carrera a lo más alto, al firmamento de las estrellas. Pues amigos y amigas que leáis esto, no debí bien engranar la máquina porque todavía sigo metido en ese mundo de bellas imágenes en blanco y negro, interpretaciones que asustan tanto como el no saber a veces, interpretar el lenguaje labial. Por mucho que le ruegue al aparatito, ha decidido y yo con él finalmente, quedarse para seguir degustando una impresionante y emocionante película que me hizo aplaudir de la emoción –en todas lo he hecho- hasta poder aguantar una pequeña gota en mi ojo izquierdo, que quiso tener su propia actuación. Hablo de “The Artist”, película de Michel Hazanavicius y protagonizada por Jean Dujardin y Bérénice Bejo –estilazo- de la que me acabo de hacer fan/seguidor o lo que sea, pero empedernido.

2011 ha sido dedicado a la inteligencia artificial, ciencia-ficción y a la fantasía. Espectaculares los carteles, sinopsis y contenidos. Impresionantes los horarios para terminar algunas sesiones, como contento por andar al revés de todo el mundo. En la primera maratón, a eso de las cinco de la madrugada, yo mismo me contesté a muchas preguntas que rondaban mi cabeza y que hacían de mi existencia un ser hecho de cables, turbinas, códigos y fusibles. Después de aquello, mi mente era otra, parecía que se hubiera vaciado - y es como así sucedió en verdad-, eliminando con ello todo ser o resto maléfico o putrefacto y llenándolo de aire que consumir e historias tontas de las que pasar ni preocupar. La reciente acabada edición del festival de género por excelencia de Europa hace que te machaques, que creas que vas a alguna parte y termines siendo protagonista principal del camino que no te lleva a ningún lado. Todo queda ahí dentro, pudiendo sacar únicamente experiencias sensoriales muy íntimas. No sé si volveré, tampoco si mi cuerpo terminará por transformarse en molécula marciana, pero lo que si sé, es que este festival te ofrece el poder soñar gracias a lo que os he contado.
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