jueves, 24 de mayo de 2012

Alcancé a sentirte.



Alcancé a verte. Sólo tuve que pensar un poco en ti. No imaginé que duraras tanto de dentro de mi. No creía que nunca te fueras de ahí. Noté entonces, que de verdad me querías. Vi que te importaba, vi que te necesitaba. Imaginé que soñaba, porque hacía tiempo que fui a la deriva.

Cuanto he llorado contigo. Cuanto he aprendido. Disfrutado y evadido. De cuantos ratos de ti me he servido. Siempre a mi lado. Para dormir. Para levantarme. Para cuando he ido a comer o incluso para cuando han sonado notas de tristeza. Que grande siempre me has parecido.

Hoy, anoche, ayer y mañana reiré contigo y también descenderé al infierno. Me he dado cuenta, que desde que empecé contigo, no ha habido amor más grande jamás conocido. Te he cuidado como si fueras mío. Te cuidaré como si no tuvieras a nadie más contigo.

Alcancé a sentirte.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Desde la garita.





La luna era puro esplendor. Belleza y seducción. Los perros ladraban como si les fuera la vida en ello. El centinela vigilaba esa seductora luz y las gargantas de aquellos revolucionados sabuesos. La noche estaba diferente, alterada. Algo en el ambiente corría por su cuenta, libre de ataduras y responsabilidades. Más cuando la noche y esa dulce luz hacían siempre lo que querían. Atados sólo perros y centinela. Atados de por vida.

Algo tan distante llamaba aquella noche la atención más de lo normal a los animales noctámbulos, seres moribundos y a esos  guardianes de la noche. Otras muchas veces el cielo gris lucía, pero aquella noche y por parte de lo que allí había, la noche negra lucía. Luz lunar, pero negra la noche de aquel día.

Sería su luz, la sonrisa o la mirada, pero a esa noche algo le ocurría. El silencio se acumulaba entre ladrido y ladrido. Entre paso y paso del vigía. Y curiosa y extrañamente, las sombras poco a poco desaparecían. El peso de la luna cada vez era mayor. Las gargantas, algunas, desafinaban y el centinela, cada vez más nervioso y desesperado, ya no parpadeaba. Qué quería la luna contar esa noche? Qué tenía pensado hacer? Explotaría? Hambrienta estaría? Negra se pondría?

El centinela pensaba en bajar de la garita y calmar a los perros con algo de comida y caricias. También en quedarse dentro, ponerse los auriculares y perderse en la inmensa noche de sonidos y sonoridades producidos por los ladridos, la luna, que empezaba a gesticular o la propia música. Música teletransportadora. Horas de nocturnidad, música para la evaporizaciòn.

Las horas correrían, los perros en lobos se convertirían. La luna hablaría y el señor que todo lo veía, ciego se quedaría. Culpa de la blanca luz, de los aullidos o de la propia cordura que lentamente desaparecía. Pero la voz a la luna no le correspondía. Era desgarradora y crujía. Sonaba todo desde la garganta. Parecía como si esos salvajes lobos la tuvieran poseída. Crujía la luna, los perros y la maldita garita que allí estática permanecía.

Y si fuera eso. Y sí la garita era la que se interponía entre perros, luna y el vigía? Pero, y qué pasaría? No era un lugar encantado. Allí nadie se había vaciado o desprendido de su vida. Era un caseta en alto, sin más, o con menos que contar. No, no podría ser una vieja caseta de hierro y madera, pintada de blanco lunar con zócalo de aullido animal la que aquella extraña noche todo lo cambiaría. Qué locura!!!

Entonces la luna echó a andar. Dos pequeñas piernas con pies redondos salieron de la parte más baja y circular de aquel cuerpo que empezaba a tener vida. Aquello descolocó por completo a la noche. Cambiando su negro por pálido. Los perros retrocedieron, el vigilante por un tiempo enmudeció. La caseta ahora cobraba vida y parecía seguir a los necios que tanto anteriormente el respeto le perdían. Pero que sería del vigía, que poco a poco la ceguera recuperaría para perder entonces la voz por la de la luna, que comenzaba cada vez más a dejar patente su poder y sabiduría.

Costaba creer y entender tal locura. Por la voz  -quebrada -, pero por las cosas que decía, claro estaba. Los perros, la garita y el vigilante ya daban por hecho que aquel suceso de allí no saldría. La luna estaba cada vez más cerca. Su voz era más potente según se acercaba. La luz empezaba a quemar. Y sorprendentemente, la música que en ese momento sonaba por los auriculares, se convirtió en banda sonora de aquel pasmoso berejenal. Es como si se hubise conectado a un circuito de potentes altavoces y darle así a la luna la bienvenida. No sería esa música la culpable entonces? Estarían aliados? O fue la misma sangre dividida, partida y ahora dispuesta a unirse nuevamente, aunque la pequeña, pero enorme luna chocase contra los allí presentes y de ellos, de nosotros, nada quedase.

Ya no se pensaba, ni el intento por ello. Los lobos comenzaron a bailar, la garita también corría y el centinela, despojado de todo lastre y dispuesto a afrontar una vida de otra forma que aun no sabía. Bajó y junto a los de colmillos blanco se posó. Los cimientos de la caseta quedaron para futuros excavadores. La luna estaba a escasos 3 millones de kilómetros. Aquello brillaba al son de la música, como la música y como lo más bello que jamás hayas visto y sentido. Los lobos , que ya no aullaban, no tenían garganta y se echaron al suelo. La garita se cogió los faldones y se sentó al lado. Y el centinela, como pudo, se hizo un hueco entre los chuchos y apoyando su espalda en una de las patas de la caseta, también cedió y aguardó.

Pero el qué? La llegada de la sonora luna?. De la parlante y con pies redondos luna. Tendría nombre? La recibiríamos allí sentados? Sin más regalos, ni pancartas, ni un sabroso cóctel de bienvenida al menos. Se sentaría a nuestro lado? Charlaríamos e intercambiaríamos opiniones sobre la nación? Nada, absolutamente nada de eso pasaría, porque ya se encontraba a 1 millón de kilómetros y la voz ahora la tenía entumecida.Vimos entonces que nada de eso ocurriría. De la música lágrimas salían. Llantos de desesperación. Algo extraño y real sucedía. Los lobos, la caseta y yo (el vigía), nos miramos y nos preguntamos de nosotros que sería. Nos acurrucamos y seguimos disfrutando de aquello que la luna nos había regalado. Si moríamos; sería una última, extraña y única noche que nadie más viviría. Si vivíamos; sería la misma noche, pero con la luna sentada a nuestro lado. Observándola y escuchando su vida y sus llantos.

Sus lágrimas nos rociarían, impregnarían y avisarían de una nueva forma de vida, que desde ese mismo día, comenzaría.

Morir para vivir.



Aparecieron las arañas, garrapatas y hasta las pulgas internas que hacía tiempo que ni olía. Me comían, me devoraban  sin piedad, pero antes de esta de esta aparición, llegó la pregunta y su consecuente sudoración. Agaché la cabeza, como si estuviera abatido y todo acababa de comenzar. Dejaba que me comieran entero y no había oposición alguna. Pasados unos minutos ya era carne de todo tipo de bichos de este mundo y del otro. Poco después era pasto de salvajes y pequeños devoradores. Había desaparecido el sudor, pero apareció entonces la confusión. El desorden mental me llevaba a la desesperación, dispersión y a la inexplicable  y crítica situación.

Esos seres llevaban tiempo queriéndome comer, pero la barrera construida era alta, recia y consistente. Era difícil el que penetraran por mis entrañas, cuanto más que me succionaran sangre, fuerzas, pensamientos y humor. Pero un descuido de mi capataz en su torreta como vigía fructífero el gran e inesperado ataque de esos asquerosos animales de ciudad que no paraban de alimentarse de este y de aquel, de la otra y del otro. Esta vez me tocó a mí y por más que luché, por más que saqué mis armas de destrucción; humor, paciencia y positivismo,  pudieron conmigo. Aquel día me comieron y necesité de una rápida atención. Llegó o no llegó?

Necesité de urgencia un nuevo corazón y no importaba el estado, ya que seguro peor que el mío sería imposible encontrarlo. De una cabeza, más retorcida incluso que la mía. Tampoco importaba. Y de un cuerpo que pudiera mantener toda aquella nueva ola de vivencias que empezaban a nacer, a resurgir, a resucitar de manera descontrolada. Pues parecía que necesitaba morir, ser expuesto en carne y hueso a toda aquella realidad para volver a ver todo como siempre lo había hecho. Igual debí dejar ser comido con anterioridad. Igual hubiera encontrado esos besos invisibles en el camino mucho antes de morir.

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