miércoles, 23 de mayo de 2012

Desde la garita.





La luna era puro esplendor. Belleza y seducción. Los perros ladraban como si les fuera la vida en ello. El centinela vigilaba esa seductora luz y las gargantas de aquellos revolucionados sabuesos. La noche estaba diferente, alterada. Algo en el ambiente corría por su cuenta, libre de ataduras y responsabilidades. Más cuando la noche y esa dulce luz hacían siempre lo que querían. Atados sólo perros y centinela. Atados de por vida.

Algo tan distante llamaba aquella noche la atención más de lo normal a los animales noctámbulos, seres moribundos y a esos  guardianes de la noche. Otras muchas veces el cielo gris lucía, pero aquella noche y por parte de lo que allí había, la noche negra lucía. Luz lunar, pero negra la noche de aquel día.

Sería su luz, la sonrisa o la mirada, pero a esa noche algo le ocurría. El silencio se acumulaba entre ladrido y ladrido. Entre paso y paso del vigía. Y curiosa y extrañamente, las sombras poco a poco desaparecían. El peso de la luna cada vez era mayor. Las gargantas, algunas, desafinaban y el centinela, cada vez más nervioso y desesperado, ya no parpadeaba. Qué quería la luna contar esa noche? Qué tenía pensado hacer? Explotaría? Hambrienta estaría? Negra se pondría?

El centinela pensaba en bajar de la garita y calmar a los perros con algo de comida y caricias. También en quedarse dentro, ponerse los auriculares y perderse en la inmensa noche de sonidos y sonoridades producidos por los ladridos, la luna, que empezaba a gesticular o la propia música. Música teletransportadora. Horas de nocturnidad, música para la evaporizaciòn.

Las horas correrían, los perros en lobos se convertirían. La luna hablaría y el señor que todo lo veía, ciego se quedaría. Culpa de la blanca luz, de los aullidos o de la propia cordura que lentamente desaparecía. Pero la voz a la luna no le correspondía. Era desgarradora y crujía. Sonaba todo desde la garganta. Parecía como si esos salvajes lobos la tuvieran poseída. Crujía la luna, los perros y la maldita garita que allí estática permanecía.

Y si fuera eso. Y sí la garita era la que se interponía entre perros, luna y el vigía? Pero, y qué pasaría? No era un lugar encantado. Allí nadie se había vaciado o desprendido de su vida. Era un caseta en alto, sin más, o con menos que contar. No, no podría ser una vieja caseta de hierro y madera, pintada de blanco lunar con zócalo de aullido animal la que aquella extraña noche todo lo cambiaría. Qué locura!!!

Entonces la luna echó a andar. Dos pequeñas piernas con pies redondos salieron de la parte más baja y circular de aquel cuerpo que empezaba a tener vida. Aquello descolocó por completo a la noche. Cambiando su negro por pálido. Los perros retrocedieron, el vigilante por un tiempo enmudeció. La caseta ahora cobraba vida y parecía seguir a los necios que tanto anteriormente el respeto le perdían. Pero que sería del vigía, que poco a poco la ceguera recuperaría para perder entonces la voz por la de la luna, que comenzaba cada vez más a dejar patente su poder y sabiduría.

Costaba creer y entender tal locura. Por la voz  -quebrada -, pero por las cosas que decía, claro estaba. Los perros, la garita y el vigilante ya daban por hecho que aquel suceso de allí no saldría. La luna estaba cada vez más cerca. Su voz era más potente según se acercaba. La luz empezaba a quemar. Y sorprendentemente, la música que en ese momento sonaba por los auriculares, se convirtió en banda sonora de aquel pasmoso berejenal. Es como si se hubise conectado a un circuito de potentes altavoces y darle así a la luna la bienvenida. No sería esa música la culpable entonces? Estarían aliados? O fue la misma sangre dividida, partida y ahora dispuesta a unirse nuevamente, aunque la pequeña, pero enorme luna chocase contra los allí presentes y de ellos, de nosotros, nada quedase.

Ya no se pensaba, ni el intento por ello. Los lobos comenzaron a bailar, la garita también corría y el centinela, despojado de todo lastre y dispuesto a afrontar una vida de otra forma que aun no sabía. Bajó y junto a los de colmillos blanco se posó. Los cimientos de la caseta quedaron para futuros excavadores. La luna estaba a escasos 3 millones de kilómetros. Aquello brillaba al son de la música, como la música y como lo más bello que jamás hayas visto y sentido. Los lobos , que ya no aullaban, no tenían garganta y se echaron al suelo. La garita se cogió los faldones y se sentó al lado. Y el centinela, como pudo, se hizo un hueco entre los chuchos y apoyando su espalda en una de las patas de la caseta, también cedió y aguardó.

Pero el qué? La llegada de la sonora luna?. De la parlante y con pies redondos luna. Tendría nombre? La recibiríamos allí sentados? Sin más regalos, ni pancartas, ni un sabroso cóctel de bienvenida al menos. Se sentaría a nuestro lado? Charlaríamos e intercambiaríamos opiniones sobre la nación? Nada, absolutamente nada de eso pasaría, porque ya se encontraba a 1 millón de kilómetros y la voz ahora la tenía entumecida.Vimos entonces que nada de eso ocurriría. De la música lágrimas salían. Llantos de desesperación. Algo extraño y real sucedía. Los lobos, la caseta y yo (el vigía), nos miramos y nos preguntamos de nosotros que sería. Nos acurrucamos y seguimos disfrutando de aquello que la luna nos había regalado. Si moríamos; sería una última, extraña y única noche que nadie más viviría. Si vivíamos; sería la misma noche, pero con la luna sentada a nuestro lado. Observándola y escuchando su vida y sus llantos.

Sus lágrimas nos rociarían, impregnarían y avisarían de una nueva forma de vida, que desde ese mismo día, comenzaría.

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