domingo, 26 de diciembre de 2010

El mundo - Juan José Millás (2007)

En la contraportada podemos encontarno con las propias palabras o vivencias de Millás.

Hay libros que forman parte de un plan y libros que, al modo del automóvil que se salta un semáforo, se cruzan violentamente en tu existencia. Éste es de los que se saltan el semáforo. Me habían encargado un reportaje sobre mí mismo, de modo que comencé a seguirme para estudiar mis hábitos. En ésas, un día me dije: «Mi padre tenía un taller de aparatos de electromedicina.» Entonces se me apareció el taller, conmigo y con mi padre dentro. Él estaba probando un bisturí eléctrico sobre un filete de vaca. De súbito, me dijo: «Fíjate, Juanjo, cauteriza la herida en el momento mismo de producirla.» Comprendí que la escritura, como el bisturí de mi padre, cicatrizaba las heridas en el instante de abrirlas e intuí por qué era escritor. No fui capaz de hacer el reportaje: acababa de ser arrollado por una novela. 

Lejos de ser premiada o no (yo en este mundo soy el útimo) , la novela es alta recomendable. Llena de metáforas e increíbles momentos con los que no podrás sucumbir a una carcajada. Deslumbrante y una narrativa excepcional. Me ha gustado mucho.

Momentos claves (muchos, pero por citar uno)

Sería por los efectos de la hierba, pero lo cierto es que al otro lado de los ojo de Maríaa José se encontraba mi amigo de la infancia. Se asomaba a ellos como a un balcón. haciéndome guiños, buscando mi complicidad, quizá invitándome de nuevo a ver la Calle, esta vez desde la cabeza de su hermana, que tenía también algo de sótano. Intenté, tras dar otra calada, entrar en ella, en la cabeza, con idénticas precauicones con las que en otra época bajaba al sótano. La cabeza de María José era más oscura que la bodega de sus padre, pero imaginé que llevaba una vela con la que me iba alumbrando a través de las galerías que componían su pensamiento, sus contradicciones, sus miedos, sus convicciones de manual marxista de autoayuda. Y de este modo, paso a paso, llegué a la zona de los ojos y me coloqué junto al Vitaminas, para ver qué había al otro lado. Y al otro lado estaba yo, recosatado sobre la cama de enfrente, coqueteando con mi historia. Observado desde los ojos de María José, veía en mí a un novlista joven que se encontraba en un hotel de la calle 42, en Nueva York, en Mahattan, en el centro del mundo como el que dice. Quizá un novelista equivoacdo, un tipo que acertaba en las cuestiones periféricas, pero al que se le escapaba la médula.

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