Igual que se esconde un lagarto tras la maleza o la arena desértica, según su hábitat y seguramente, debido al peligro que le acecha. Hay lagartos de una piel preciosa, todo hay que decirlo. Me escondo yo, de la misma manera me camuflo yo, pero tras la absoluta soledad que a veces me fluye por mis sistemas nerviosos, pegados (no sé bien que fijación tendrán) a mi cerebro. Sueñas con la soledad, deseas no camuflarte en ese estado y te llega. Te llega como la muerte un día irrumpirá en tu vida. Esa será la soledad malvada, insana y sin opción a cambios. Yo quiero otra soledad, una que me permita ver lo que sueño, lo que anhelo. Que me permita tocar, sentir, llorar y reír. Una soledad que no me tenga el cuerpo abrasado, como recién salido de la incineradora. Que no me haga ver las horas de la madrugada pasar, como la de los centinelas de la noche. Una soledad que juntará una vez más, mi noche con el día. La desesperación de no poder dormir con la incineración. No sueño con lagartos expertos en el arte japonés de desaparecer tras una nube de humo. No sueño con quemarme, ni con dejar de dormir para ver las horas pasar. Sueño, con un ático que desprende olor a Ángel, una dulce brisa y con la portadora de ese maravilloso perfume. Voy a ver si sueño, son las 01:42 de la madrugada del 16 de Junio de 2011.
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