Caminas por una carretera que sabe a guerra, donde sus
arcenes, que apenas existen, son todo batallas. Las líneas son la discordia y el
surrealismo diario. Una lucha para no salirte de ella, que te deparará
quebraderos de cabeza, pensamientos insanos y risas con la muerte. La exposición
al sol y el peligro de ser comido por los buitres carroñeros, probablemente,
sea lo que menos te preocupe. Y su asfalto, que arde como la mismísima tierra
de la que ahora te quieres alejar, te absorbe por los pies, comiéndote muy
lentamente. Untándote, pringándote de un fuerte e insoportable olor a vida
muerta. Y en esas, que oyes letras de guerra que matan tu tiempo. Eres tú contra
el tiempo y la carretera. Contra la guerra, el asfalto, las letras y el olor a
muerte que aumenta por metros.
Te girarás hacia atrás y observarás una nube densa que terminará
por cubrirte, asfixiarte y matarte. Del más lejos cosmos se acerca sin ningún
otro fin que tragarte. En su interior guarda únicamente gas toxico y materia
podrida. Ya no sólo debes de luchar contra carreteras, líneas, surrealismo y
vidas que atrás dejas. Ahora, tu nuevo compañero de viaje, hará por qué no te
detengas, ya que por el contrario, sucumbirás al desmallo y a la disipación. A
la evaporización o extracción. A la muerte o la extrema y difícil codicia por
sentir, que eres y serás, un guerrero con cientos de batallas. Batallas
personales que a veces no quedan atrás. Pero batallas, que algún día
desaparecerán.
Y por entonces, igual ya hayas dejado de caminar. O bien porque
el asfalto te haya tragado, o, porque esta vida te haya malinterpretado y de
ella bien te hayas apartado. Quién sabe si esa nube realmente procedía del
cosmos y contenía lo que mencionaba. Quizás, igual, en uno de esos pequeños arcenes: tropezaste,
caíste y bajo tierra yaciste.
Letras de guerra que matan tu tiempo. Tanto tiempo, que ni lo
existe para poder pensar en ello.
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