Al borde del suicidio, rodeado de
personas que lo ignoran. Bien por un acantilado, bien por la terraza o desde un
simple bordillo a la desesperanza. De cabeza, de pies, de espalda o con los
ojos cerrados. Ciertas y extrañas fuerzas que nunca habían hecho visita alguna,
incluso, ni siquiera avisado. Tentaciones y temblores. Nervios descontrolados
fuertemente controlados. Vaivenes, dudas, sustos, miedo y terror. Una jungla en
vías de destrucción pidiendo a nadie una salvación. Oyendo voces, viendo vidas
y muertes. Sintiendo y asimilando que una desesperación se te ha colado dentro
de ti. Sobre ti, hacia ti y por ti. Y sólo tú eres el responsable y único capaz
de arrancar esta nueva, pesada y densa sombra que ha caído sobre ti.
Lidiar con la tentación, la
agonía y la supremacía de la auténtica y descomunal sintonía con tu propia vida.
Apaciguar tu ritmo de vida intentando guardar risas para otro día. La calma que
tu propio psiquiatra te pediría, sobrevolando como una densa nube de gas tóxico
que te ahoga y saca de ti todo para desnudarte y venderte, como cualquier vida
de aquellos años donde nadie te conocía. Luchando por una claridad existente
pero lejana. Mordiendo con sabiduría lo que antes no pensaba o sucedía. Saboreando
mis días entre una ficción tristemente real y pesada. Saliendo de lo oscuro a
lo claro y cayendo por instantes al nuevo pozo de un mundo desarmado.
Poco a poco en un combate de años
donde no existe ni campana ni ring. Sin jueces ni número de asalto. Una lucha
despiadada donde no hay más agua que unas lágrimas que lavan tu sangre a tu
cuerpo pegada. Sin final o con una vuelta de tuerca tan sorprendente que
cualquier guionista soñaría. Vendidos, sí, como una especie de cuerpos gritando
al mundo por una salvación aun llena de amargura y dolor. Aguardando por un no
suicidio y sí una luz que su brillo te queme todas las penas. Esperando y
soñando por un rumbo mejor. Navegando, surcando, muriendo o viviendo por un
viento a favor.
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